martes, 25 de marzo de 2008

Los muertos

Recordé, al nacer, que antes de llegar fuí muerto.
Vivía en un huerto, campo, ciudad, balneario y monte, un lugar que trascendía el arquetipo de "sitio", donde no había diferencia de espacio, ni especies.
Podía ser perro, holandes, diva, toro, buho, uva, estrella, montaña, colador y/o marea.
La diversidad era tan religiosa que nada era diferente.
Una vez, me ví flor. Tenía mi parcela de cielo, una parcela que no pertecía a ningún difunto tirando de mis raíces, quizá lamento por lo que no hizo o mendigo de reivindicaciones.
Todo era eterno, nadie moría más que muerto.
Los segundos no eran prisioneros de los minutos, nunca pasaban, ni se esperaban; no sabíamos contar y sin embargo nunca llegabamos tarde.
Es cierto, nadie confiaba en nadie, pero se debía a que nunca habiamos desconfiado. Así, el intercambio propiciaba un sistema que denominabamos: "fiado", donde todos debían a todos, pagaban con deudas, logrando una neutralidad que las imposibilite.
No existía quien profese el amor, puesto que todos amaban sin necesidad de saber que es amar.
Tampoco se comprendía que es la maldad, pero su traducción más cercana era: "razones".
La desorganización se presentaba en su máxima expresión, sin embargo no se carecía de organización, ya que la concordancía devenía en una estructura que seguía su propia lógica.
Como no existía el concepto de lugar, las calles no tenían nombre; como no tenían nombre, nadie se perdía; como era imposible perderse, nadie tenía hogar; como nadie tenía hogar, ninguno podía esconder sus pertenencias; como no se podía esconderlas, todo se prestaba; como compartíamos, no había a quién mendigar; y como no había a quién mendigar, nadie quería más. Más, pedí cuando dije mi primera palabra y olvidé aquel mundo.

Nacho

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