Su última tarde tuvo menos siesta.
Casi no sabía lo que era jugar con el aro ante el sol de las 4. Pero el jueves salió disparada de orgullo para mostrar a sus amigas la transgresión a su padre y su temor a las insolaciones.
Sin embargo, sólo una sombra se veía despierta sobre el empedrado que da a la cárcel de Caseros.
Quiso esconderse en el vagón abandonado, según los presos que se asomaron. Pero nadie se preocupó por consultarles.
Nacho